Ser inmigrante es un acto de valentía. Es dejar atrás lo conocido, lo amado, para aventurarse hacia lo incierto. Pero ser una mujer inmigrante, además, es caminar con doble carga: la de los sueños propios y la de las expectativas ajenas.
Mi historia comienza en mi tierra natal, donde crecí rodeada de una cultura vibrante, de familia y valores que me enseñaron a ser resiliente. Sin embargo, la vida tenía planes distintos para mí. Llegar a un país nuevo como mujer latina no solo significó aprender un idioma diferente, sino también reconstruirme en un sistema que a menudo no veía mi potencial, sino mis diferencias.
El peso de los prejuicios
El camino no fue fácil. Como muchas otras mujeres inmigrantes, enfrenté miradas que me reducían a etiquetas: “extranjera,” “minoría,” “mujer latina.” Hubo días en que sentí que mi voz no tenía espacio, que mi experiencia y conocimientos no eran reconocidos. Pero si algo aprendí de mi madre y de las mujeres que me criaron es que no importa cuántas puertas se cierren; siempre puedes construir tu propia puerta.
Reconstruir raíces lejos de casa
Con cada paso, me encontré fortalecida por las lecciones que la inmigración trae consigo. Aprendí a valorarme aún más, a confiar en mis habilidades y a no permitir que otros definieran mi camino. Fui madre, trabajadora, estudiante, y más tarde, líder. Cada rol fue un peldaño que me llevó a descubrir mi propósito: construir puentes para que otros inmigrantes no sintieran el mismo peso que yo sentí.
Ser Fundadrora de DIFY y trabajar con comunidades diversas es mi forma de devolverle algo al mundo. Significa abrir espacios para otros inmigrantes, especialmente mujeres, para que sus voces sean escuchadas, para que sus talentos sean reconocidos.
Los retos internos: el precio de soñar en grande
Más allá de los desafíos externos, lo que muchas personas no ven son las batallas internas. Como inmigrantes, muchas veces vivimos entre dos mundos. Nos sentimos lo suficientemente fuertes para avanzar, pero siempre hay un hilo que nos jala hacia el pasado, hacia los recuerdos, hacia la nostalgia de casa. Me tomó años reconciliarme con mi identidad: soy latina, soy inmigrante, soy mujer, y soy mucho más.
En el proceso, también aprendí a apoyarme en mi comunidad, en otras mujeres como yo que compartían historias similares. Encontré fuerza en la conexión, en el hecho de saber que no estaba sola.
De las lágrimas al liderazgo
Hoy, como madre orgullosa de un hijo que sirve a su país como oficial militar, como líder profesional que aboga por la equidad y la inclusión, y como mujer que sigue soñando en grande, puedo decir que cada lágrima valió la pena. Cada obstáculo se convirtió en una lección que llevo conmigo.
Quiero que este blog sea un recordatorio para cada mujer inmigrante que lea estas palabras: no estás sola. Tu historia importa. Tus sueños son válidos, y tu lucha no es en vano.
Las travesías no terminan nunca. Cada día trae nuevos desafíos y nuevas oportunidades para crecer. Pero si algo he aprendido en mi vida, es que, como inmigrantes, llevamos en nuestro corazón la fuerza de dos mundos. Y con esa fuerza, podemos conquistar cualquier montaña.
Con amor y esperanza,
Danny Trigoso-Kukulski